Eloísa Gómez // Buenas Nuevas
@BuenasNuevasPRAsí como Dios limpia nuestros corazones de toda maldad, también limpia nuestro cuerpo de toda enfermedad.
Con alegría y en algún momento con lágrimas en los ojos, un hombre contó su testimonio, agradeciendo a Dios por todo lo que él hace.
“Me percaté de que se me habían formado unos granos en mi brazo derecho, pero no eran unos simples granos formados por la picadura de un animal, o como consecuencia del calor. Eran unos mezquinos (verrugas), eran muy grandes y resultaba muy incómodo tenerlos, pues al contacto con la ropa o algún objeto me daban mucha comezón.”
“Mi esposa me dijo que consiguiera algo para ponerme, pues anteriormente una de mis hijas padeció de esa enfermedad y a ella sí le aplicamos una medicina. Fue así que por un momento pensé que yo también necesitaría algún tratamiento, pues he oído que algunos no desaparecen solos. Pero nunca acudí a ningún médico ni me puse nada.”
“La sanidad llegó a mi cuerpo de manera repentina, sin necesidad de médicos y medicinas. Así nada más empezaron a quitarse los granos, incluso las cicatrices de donde algún día estuvieron aquellos mezquinos, hoy son casi imperceptibles”.
“Yo iba a las reuniones en la iglesia, adoraba a Dios y levantaba mis manos. Yo estoy seguro que Dios me miró y miró mi corazón también; pues antes que nada él quiere un corazón limpio cuando le adoras. Además yo creo que él vio mis manos y me limpió de esa enfermedad, pues delante de él nada de enfermedad debe de estar.”
Eso fue lo que el hombre narró, primeramente para agradecer a Dios, pero también para motivar y exhortar a otros a creer.
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