Eloísa Gómez// Especial para BUENAS NUEVAS
issha_hellohim@hotmail.com“Cuando yo toqué su cuerpo estaba completamente frío. Los médicos me dijeron que tenía las pupilas dilatadas…ya no había nada que hacer”. Esas fueron las palabras que la esposa de un hombre accidentado escuchó al llegar al hospital.
Por la mañana del pasado viernes 14 de febrero, Agustín Rodríguez salió de su hogar a bordo de una bicicleta con destino a su trabajo. Minutos después Noemí, su esposa, fue informada de que él había sufrido un accidente, pero se encontraba bien. Ella se trasladó al hospital, pero al llegar ahí las noticias ya eran otras.
La esposa comentó: “Cuando llegué, los médicos me tuvieron que hablar y me dijeron que mi paciente estaba no grave, sino muy grave. Ellos me prepararon (emocionalmente) para que yo pudiera pasar a verlo y cuando entré le toqué una mano, pero él ya no sentía, me pasé del otro lado y le quise hablar, pero él ya no me respondía. Me sacaron de ahí y me dijeron que mi esposo tenía el cincuenta por ciento de probabilidades de vida si lo trasladábamos a otro hospital, porque si lo dejábamos ahí no tenían el equipo suficiente para mantenerlo y si nos lo llevábamos también se corría un riesgo al momento de desentubarlo y subirlo a la ambulancia.”
La familia decidió que harían el traslado y después de largas horas de espera por una ambulancia, Agustín salió con destino a otro hospital donde fue recibido en sala de shock.
Durante toda esta situación el panorama siempre fue adverso. Los medicamentos no hacían efecto, se hablaba de varias fracturas. Los médicos decían que de sobrevivir, Agustín perdería un ojo. Posteriormente el paciente contrajo una infección que podía matarlo; pero en medio de todo ello familiares, amigos y miembros de su congregación oraron esperando un milagro.
“La oración del justo es poderosa y eficaz”, y tras permanecer aproximadamente dos semanas en el hospital el milagro de vida y sanidad llegó a Agustín. Él fue dado de alta y ahora comparte su testimonio con otras personas exhortándoles a que se acerquen a Cristo y hagan realmente un compromiso con él.
Agustín nos contó: “Cuando yo estaba fuera de sí, le pedía a Dios una nueva oportunidad […] y ahora cada mañana, cada instante es un milagro para mí”.
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