ENFRENTANDO GIGANTES 5
director y guionista de cine
Uno de los peores gigantes que usted enfrentará es el orgullo. La razón: en muchas ocasiones ni siquiera nos percatamos que estamos siendo orgullosos.
La anciana y la evangelista
Hay una historia que me gusta mucho. La misma cuenta que en cierta ocasión un evangelista, que había recorrido el mundo entero y evangelizado a millones de personas, partió con el Señor. Cuando llega al cielo, encuentra a una anciana que también había partido con el Señor recientemente. El evangelista nunca antes había visto a la anciana.
Jesús se acerca a ellos, va donde el evangelista, y le entrega su galardón. El evangelista estaba contento. Luego, Jesús va donde la anciana y le entrega el suyo. Cuando el evangelista mira a la anciana, se percata que el galardón de la mujer es mucho mayor que el de él.
En ese momento le dice a Jesús: “Señor, yo viajé el mundo predicando tu Palabra, me presenté en cientos de ciudades, llevé a millones de personas hasta tus pies, y tuve reconocimiento mundial. ¿Cómo es posible que esa mujer, que ni siquiera conozco su nombre, reciba un galardón mayor que el mío.” Jesús lo observa, y con amor le dice: “Porque esa mujer que ni tú, ni nadie en el mundo conoce, todos los días se levantaba temprano para orar por tu ministerio.”
Cada vez que recuerdo esa historia, no puedo evitar pensar que en el cielo nos llevaremos muchas sorpresas.
¿Cuándo somos orgullosos?
En el viaje de nuestros sueños comenzamos a tener victorias, metas empiezan a ser alcanzadas, entramos a ese círculo de personas profesionales que queríamos entrar, o quizás nuestro trabajo comienza a ser reconocido públicamente. Eso no tiene nada malo.
Entonces, ¿Cuándo es que comenzamos a fluir en orgullo? Cuando pensamos que somos más importantes que otras personas. Pensamos que porque soy actor, director, cantante, músico, ministro o cualquier otra función del Reino, soy más importante que los demás. Eso es completamente errado.
Nuestra identidad e importancia no están basadas en lo que hacemos. Están basadas en Dios. Están basadas en el sacrificio de Jesús. Somos hijos de Dios. Ahí está nuestra identidad. Por lo tanto, sin importar cuanta atención atraiga el trabajo que hagamos, eso no nos hace más importantes que una persona que está haciendo una labor detrás de escena. Eso fue lo que le ocurrió al evangelista de la historia. El no entendía que, delante de Dios, somos igualmente importantes.
¿Cómo vencemos al gigante del orgullo?
Al gigante del orgullo lo vencemos cuando valorizamos a cada persona, sin importar su labor dentro del Reino. Cuando estimamos a los demás como superiores a nosotros mismos. Cuando no tenemos más alto concepto de nosotros mismos que el que debemos tener.
Ciertamente, hay hombres en autoridad y la Biblia nos da instrucciones específicas acerca de cómo debe ser nuestro trato hacia ellos. Sin embargo, no importa el nivel de autoridad que tengamos en el Reino de Dios, eso no nos hace “mejores” a otros. Por el contrario, la autoridad nos fue dada para el servicio. Mientras más autoridad usted reciba, más debe servir.
Así que valorice a cada persona sin importar si es “reconocido” o no. Trate a todo el mundo como VIP (Very Important Person). Así, cuando llegue al cielo, no se llevará la sorpresa que se llevó nuestro amigo evangelista, sino que se gozará con todo lo que Dios ha hecho en las demás personas.
Hasta la próxima semana,
La anciana y la evangelista
Hay una historia que me gusta mucho. La misma cuenta que en cierta ocasión un evangelista, que había recorrido el mundo entero y evangelizado a millones de personas, partió con el Señor. Cuando llega al cielo, encuentra a una anciana que también había partido con el Señor recientemente. El evangelista nunca antes había visto a la anciana.
Jesús se acerca a ellos, va donde el evangelista, y le entrega su galardón. El evangelista estaba contento. Luego, Jesús va donde la anciana y le entrega el suyo. Cuando el evangelista mira a la anciana, se percata que el galardón de la mujer es mucho mayor que el de él.
En ese momento le dice a Jesús: “Señor, yo viajé el mundo predicando tu Palabra, me presenté en cientos de ciudades, llevé a millones de personas hasta tus pies, y tuve reconocimiento mundial. ¿Cómo es posible que esa mujer, que ni siquiera conozco su nombre, reciba un galardón mayor que el mío.” Jesús lo observa, y con amor le dice: “Porque esa mujer que ni tú, ni nadie en el mundo conoce, todos los días se levantaba temprano para orar por tu ministerio.”
Cada vez que recuerdo esa historia, no puedo evitar pensar que en el cielo nos llevaremos muchas sorpresas.
¿Cuándo somos orgullosos?
En el viaje de nuestros sueños comenzamos a tener victorias, metas empiezan a ser alcanzadas, entramos a ese círculo de personas profesionales que queríamos entrar, o quizás nuestro trabajo comienza a ser reconocido públicamente. Eso no tiene nada malo.
Entonces, ¿Cuándo es que comenzamos a fluir en orgullo? Cuando pensamos que somos más importantes que otras personas. Pensamos que porque soy actor, director, cantante, músico, ministro o cualquier otra función del Reino, soy más importante que los demás. Eso es completamente errado.
Nuestra identidad e importancia no están basadas en lo que hacemos. Están basadas en Dios. Están basadas en el sacrificio de Jesús. Somos hijos de Dios. Ahí está nuestra identidad. Por lo tanto, sin importar cuanta atención atraiga el trabajo que hagamos, eso no nos hace más importantes que una persona que está haciendo una labor detrás de escena. Eso fue lo que le ocurrió al evangelista de la historia. El no entendía que, delante de Dios, somos igualmente importantes.
¿Cómo vencemos al gigante del orgullo?
Al gigante del orgullo lo vencemos cuando valorizamos a cada persona, sin importar su labor dentro del Reino. Cuando estimamos a los demás como superiores a nosotros mismos. Cuando no tenemos más alto concepto de nosotros mismos que el que debemos tener.
Ciertamente, hay hombres en autoridad y la Biblia nos da instrucciones específicas acerca de cómo debe ser nuestro trato hacia ellos. Sin embargo, no importa el nivel de autoridad que tengamos en el Reino de Dios, eso no nos hace “mejores” a otros. Por el contrario, la autoridad nos fue dada para el servicio. Mientras más autoridad usted reciba, más debe servir.
Así que valorice a cada persona sin importar si es “reconocido” o no. Trate a todo el mundo como VIP (Very Important Person). Así, cuando llegue al cielo, no se llevará la sorpresa que se llevó nuestro amigo evangelista, sino que se gozará con todo lo que Dios ha hecho en las demás personas.
Hasta la próxima semana,
///Julito
BUENAS NUEVAS es una publicación enfocada en presentar las buenas noticias en Puerto Rico, y el extranjero. Además de equipar al pueblo con su verdadera identidad eterna. Si desea compartirnos lo que harán en su comunidad o iglesia, tiene alguna petición etc. escríbanos a redaccion@buenasnuevaspr.com. Le invitamos a que nos comparta sus comentarios.
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