@ErikaMichael12
Hace cien años, cuando a uno le gustaba una chica, pasaba horas escribiéndole una carta, tejiendo una compleja red de alegorías y adjetivos, hasta terminar con varias páginas que fiel y poéticamente describieran lo que sentía por la persona. Luego se enviaba por el correo, y la interminable espera comenzaba. Hasta que un día, después de una travesía de muchas millas, llegaba la contestación que tanto se había esperado. ¿Correspondería mi amor? ¿Fueron de agrado mis letras? ¿Escribí suficiente? Entonces toda la incertidumbre terminaba al abrir la carta y leer su contestación.
“LOL”.
Hoy en día, en Estados Unidos solamente, se envían 6 billones de textos al día, o 2.2 trillones al año (8.6 trillones globalmente), y 144.8 billones de emails diariamente. Hay cientos de formas diferentes en las que tu crush te puede ignorar instantáneamente. (De nada.)
El americano promedio pasa 89.5 horas mirando una pantalla, mensualmente, y solo 21 horas socializando en persona. Esto es un gran problema. Aunque ahora estamos más conectados que nunca, nos sentimos más solos que nunca. ¿Cómo explica que teniendo miles de “amigos”, una de cada tres personas se siente más triste o frustrada luego de estar en Facebook? Estamos conectados a miles o millones de personas, pero solo de forma superficial. Esto se debe en parte a la era en la que vivimos: El Postmodernismo.
El Postmodernismo es un conjunto de movimientos filosóficos, artísticos, culturales y literarios que comienza (según algunos) luego de la Segunda Guerra Mundial. Este no cree en la verdad absoluta –todo es relativo. El arte no intenta embellecer el mundo real, sino que, siendo auto consiente, utiliza la parodia y promueve la cultura baja, vulgar y popular para socavar el sentido de orden, verdad absoluta y eternidad.
Al todo ser relativo, depende de la cosmovisión del individuo. Mi religión depende de cómo yo veo e interpreto el mundo. Mis valores dependen de lo que yo pienso que es ético o moral. Todo gira alrededor de mí. Lo que nos lleva al individualismo. El individualista entra a la sociedad para promover sus propios intereses, creyendo que se merece el derecho de hacerlo, y rechaza cualquier filosofía que requiera sacrificio del interés personal por cualquier causa social.
La parte “social”, en “Social Media” sugiere una naturaleza colectivista, en vez de individualista. Pero en práctica, muchos ven las redes sociales como una oportunidad para ser escuchados, pero no para escuchar. Un lugar donde puedo ser quien quiero que los demás piensen que soy, porque puedo editar lo que escribo, escoger qué fotos enseño y quienes tienen acceso a mí. Puedo tener a todo el mundo a una distancia controlada.
Pero eso es solo una conexión, no una relación.
Las relaciones interpersonales son difíciles, requieren esfuerzo, vulnerabilidad y confianza. Hay que tener el valor para exponer nuestro lado feo a la otra persona. Pero es este compartir de trofeos y cicatrices lo que crea un lazo trascendental.
El problema es que muchos de nosotros no queremos invertir el tiempo y esfuerzo necesario, optando entonces por una conexión superficial –una parodia de una relación real. En vez de tomarnos un café juntos, tenemos un grupo en WhatsApp. En vez de jugar baloncesto en la calle, nos mandamos invitaciones de Candy Crush.
Los estudios dicen que el 93% de nuestra comunicación es no verbal, o sea es corporal. Lo que decimos solo es el 7% de la verdad, o de lo que sentimos. Con un texto me pierdo el 93% de lo que me quieren decir, y eso es inmenso. Pero en nuestra sociedad de fastfood preferimos cambiar un abrazo por un “like”, y una sonrisa por dos puntos y un paréntesis. Nos conformamos con escuchar solo el 7% de la verdad. Conocer el 7% de la persona, porque el otro 93 es difícil, toma tiempo y no cabe en los seis segundos de un video de Vine.
Hay tantas pequeñeces peculiares en la forma de ser de una persona, desde la forma que agarra una taza de café, hasta como mueve las cejas cuando va a decir algo que jura es gracioso; pequeños detalles demasiado grandes para una ventana de chat. Sin conocer la esencia de la persona, se tiene una relación débil. Amistades y familias débiles crean instituciones débiles. Instituciones débiles crean una sociedad débil, como nuestra sociedad actual.
No digo que dejemos las redes –yo de seguro no lo voy a hacer. Pero que estas sean un complemento a nuestra vida social offline. Que una llamada o un texto no tenga prioridad sobre quien está frente a mí. Que no me deje engañar por un texto que dice “Estoy bien”, cuando el que lo escribe está llorando en su casa sin que yo me entere. Que use los 12 músculos necesarios para sonreír, en vez de dos teclas en mi laptop. Que busque conocer a alguien plenamente, y no solo el 7%. Nos toca a nosotros, aunque sea de vez en cuando, soltar el celular y hablar con alguien.
El problema está, literalmente, en nuestras manos.
Escrito por: Christian Feliciano
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