10 de mayo de 2013

HOMBRES: SANIDAD DE HOMBRES DISCIPULADOS


Por: Pastor/ Dr. Nando Steidel// Especial para BUENAS NUEVAS

“Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas”. Salmos 147:3

Los hombres, anhelamos casi con desesperación, que nos admiren y nos afirmen. Queremos probarnos delante de los que admiramos como hombres, claro está, comenzando con las figuras masculinas más cercanas. Desde niños, ante papá, abuelo o tío, queremos demostrar que somos fuertes, arriesgados, grandes.

Queremos enseñar que hemos crecido, que logramos determinado premio, que corremos rápido, que jugamos bien, que tenemos talento y que podemos ganar.

Tenemos preguntas profundas de afirmación y muchas veces no han sido contestadas.


Recuerdo la vez que mi primer hijo, Joshua, me preguntó: “Papi, soy fuerte como tú, ¿verdad?” Todo se detuvo en ese instante, fue como la película Matrix cuando enviaban balas a Neo. Sabía que este momento podía marcar su vida y le contesté: “Joshua la fuerza más importante es la de tu corazón, siendo fuerte por dentro, serás fuerte por fuera y sí eres bien fuerte.” Comenzamos a jugar con nuestra fuerza y como un buen papá dejé que ganara.

Muchos hombres han dejado un legado, de una generación a otra, influencias poderosas y de bendición que han impactado positivamente a sus hijos, sus nietos y a toda su descendencia. Tanto es así que han preparado un camino de bendición para sus hijos de tal magnitud que el paso de estos por la vida está repleto de herramientas.

Otros no han podido trasmitir influencias positivas porque, a través de generaciones, abrazaron más las heridas que la sanidad.
Dios diseñó que lo que debía ocurrir es que papá —como figura que refleja la imagen de Dios—, debía conferir fortaleza, admiración y confianza a su hijo, con lo que lo ayudaría a contestar las preguntas propias de su desarrollo como hombre. La afirmación de otro hombre con autoridad impacta y provoca seguridad,certeza, influencia y sanidad en el receptor.

La ausencia de todo lo anterior promueve incertidumbre, desconfianza, fingimiento, soledad, virilidad inconclusa y heridas profundas que necesitan ser sanadas.

Todos hemos sido heridos en mayor o menor grado. Las heridas son parte de la naturaleza de nuestro mundo pecaminoso. Nadie ha tenido padres perfectos, niñez perfecta, ausencia de heridas.

Puedo señalar dos tipos de Heridas:



  • Heridas agresivas
Cuando la figura de autoridad en tu crianza te marca en lo emocional, afectando tu autoestima, lacerando tu corazón con frases que afirman y corroboran que eres débil, bruto, torpe, que no sirves, que eres como una nena, afeminado, que tus opiniones no valen y sella con violencia todo proceso para demostrar que es más fuerte que tú, surge en ti un patrón de rechazo, hostilidad y anulación emocional que es, por demás, destructivo. Esto es cosecha de la siembra que se hizo en ti. Algunos fueron maltratados con golpes cada vez que se equivocaban, maltratados hasta en su intimidad sexual y física, a veces con palabras soeces que los marcaron desde pequeños. Para muchos no había corrección, sino una descarga punitiva de improperios y disfunción.

Muchos vivieron la angustia de un padre ausente físicamente; otros sufrieron la ausencia emocional dado que sus padres les disciplinaban pero no les mostraban afecto, ni les daban abrazos, cariños ni comprensión. Todas esas heridas casi siempre se marcan con gritos, discusiones y violencia en general. Hijos que crecieron viendo el maltrato constante de su padre hacia su madre, lo que los alejó permanentemente de la figura paternal. O bien, hijos que experimentaron el maltrato de su propia madre y se sintieron castrados emocionalmente.



  • Heridas por ausencia de bendición
La ausencia de bendición es una herida muy sutil para el corazón del hombre. Cuando el hombre no recibe ninguna bendición de su padre se produce una herida. Los padres ausentes o que no intervinieron en nada o en demasiado poco, no afirmaron el corazón de su hijo. Los padres que no fueron proactivos, intencionados en sus acciones en pro de la bendición. Padres que podían dar consejos a muchos pero a sus hijos rara vez lo hacían. Padres que, por tener una agenda muy comprometida, un trabajo muy exigente (a veces demandante por la forma en la que ellos mismos lo definieron) y por tener un tiempo muy limitado, perdieron la oportunidad de experimentar los momentos trascendentales en la vida de sus hijos; momentos que no vuelven a repetirse. Padres que no afirmaron debido a que no entendieron que cada etapa requería un proceso diferente de cobertura para sus hijos.

Se nos enseña el mito de que la herida que duele, y que nos impide seguir funcionando, es tan vergonzosa que debemos ocultarla. En ocasiones se piensa erróneamente que el verdadero hombre se mantiene caminando con su dolor y sus heridas sin revelarle nada a nadie. Es por ello que algunos crecen como hombres llenos de muchas heridas sin sanar. Ya sean agresivas o por falta de bendición, nos impactan tanto que establecen —en muchas instancias— la clase de hombre que somos.

Una herida no reconocida se infecta y, lo peor, afecta todo el proceso de tu vida. Una herida que has abrazado porque te acostumbraste a vivir con ella, no puede curarse. Una herida que secuestra tus emociones y define tu identidad logra absorberte al punto que te impide desarrollar la máxima capacidad del diseño que Dios delineó para ti. Aunque hayan ocurrido en el pasado, si todavía te duelen las heridas, realmente no han dejado el pasado sino que están en el presente, en el hoy y en el ahora.

Quiero regalarte una definición restauradora: Sanar es recordar sin dolor. La sanidad ocurre cuando una cicatriz ocupa el lugar de la herida. La cicatriz cierra y hace que perdamos la sensitividad. Podemos ver el lugar donde estaba la herida, podemos recordar el evento, los personajes, la situación y hasta testificar de lo que sucedió pero, ya NO DUELE. La cicatriz es la marca de que existió una herida, pero también es la marca de que hubo sanidad.

Así como las heridas pueden ser causadas por el impacto o afirmación de una figura de autoridad masculina o femenina, de igual forma proviene la sanidad, pero ahora de un Padre celestial que con su corazón paternal nos quiere afirmar y dirigirnos hacia un camino de sanidad mediante su amor infinito.

La Palabra nos enseña en Salmos 103:3: “Él es quien perdona todas tus iniquidades, el que SANA todas tus dolencias”. Dios anhela ofrecernos sanidad para que no sigamos transmitiendo las heridas a las próximas generaciones.

Dios hizo un llamado fuerte a mi corazón y entendí la importancia de que el precursor mayor de la sanidad es el perdón.

Decidí no seguir con las heridas porque no podría sobrevivir la aventura de mi vida y además no las quería pasar a mis hijos. Descubrí que la sanidad es un proceso que comienza con la decisión de perdonar, pero continúa con un proceso constante de transformación a la imagen del diseño de Dios mediante su Espíritu Santo. Te exhorto a que hagas lo mismo. Se un hombre sanado por Dios de tus heridas que sana a su esposa, hijos e hijas, restaura su familia y bendice a toda la sociedad con su ejemplo.




Pastor/ Dr. Nando Steidel
nandosteidel@gmail.com

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