UNA EXPERIENCIA ÚNICA
Julio Román// BUENAS NUEVAS
director y guionista de cine
Llegas con tu pop corn y refresco en mano. Te sientas frente a una pantalla vacía a esperar el momento en que las luces se apaguen.
Poco a poco siguen entrando las personas. Algunos se sientan frente a ti, otros detrás. Una pareja se detiene a tu lado. El chico te señala hacia dos sillas. “¿Están ocupadas?”, te pregunta. Le dices que no, y te mueves a un lado para que puedan pasar.
De repente, comienzan los tráilers de las mega-producciones de Hollywood, y por un momento te imaginas lo que pudieras hacer con los $300 millones que gastaron en esas películas. Luego de 15 minutos de estar a la expectativa, finalmente sucede. Las luces se apagan lentamente, y poco a poco la sala se oscurece hasta que solo se ve la imagen proyectada en la pantalla.
En ese momento, llega el momento que esperabas. La película comienza.
Durante hora y media, tú y un centenar de personas, se envuelven en una de las experiencias únicas de la vida. Un viaje emocional compartido. Ríen juntos, lloran, se asustan, y de vez en cuando alguien no logra contener las palabras que expresan lo que siente por alguno de los personajes, y se las lanza a la pantalla en señal de desahogo.
Al final, los créditos comienzan a subir ante los aplausos del público. Sin embargo, por alguna razón, tú no aplaudes. No puedes. La cosquilla en tu estómago no te lo permite. La gente comienza a levantarse mientras los créditos continúan subiendo, hasta que tu corazón se detiene al verlo. Es tu nombre en la pantalla grande. Lo que hace que te detengas no es un viaje de ego, sino el inmenso sentimiento de gratitud que sientes por haber sido parte de un proyecto tan hermoso.
Se te hace un “taco” en la garganta y una lágrima se detiene en la orilla de tu ojo. La gente comienza a salir; algunos hablando de la película, otros secándose las lágrimas. Te levantas y te unes al grupo que sale, mientras recuerdas todos los retos y barreras que tuviste que vencer para ver esa película en la pantalla grande, para colocarla en esa sala.
A tu alrededor, nadie tiene la más mínima idea de que hace tres años atrás, esa historia que acaban de ver existía solo en tu mente. Nadie se imagina las noches que te amaneciste escogiendo ese ángulo de cámara que los hizo brincar del susto, o el movimiento hacia el rostro de la protagonista que hizo que se les saliera las lágrimas.
Sobre todo, ninguno tiene idea de que, a pesar de todo eso, lo que están sintiendo en ese momento es consecuencia de la presencia de Dios. La misma presencia que efectuó que la historia naciera. La misma presencia que te mantuvo de pie cuando no tenías fuerzas para seguir. La que efectuó que un montón de personas se unieran a ti, para ayudarte a hacer la película, y que hizo que se manifestara el favor de Dios sobre el proyecto. La misma presencia que invocabas todas las noches antes de escribir, y todas las mañanas antes de filmar. La misma presencia que te mantuvo firme ante las críticas, y que te hace volver a sentarte frente a la computadora a escribir una nueva historia.
Así que, lo que la gente no sabe cuando va al cine, es que sin la Presencia de Dios una película es solo una película, pero con Su presencia se convierte en un milagro.
Al finalizar la noche, llegas a tu casa y lo único que puedes hacer es susurrar: “Señor, para ti es la gloria. Solo para ti. Gracias por darme el mejor trabajo del mundo.” Y así te acuestas a dormir… con una sonrisa en tus labios.
Hasta la próxima semana.
Poco a poco siguen entrando las personas. Algunos se sientan frente a ti, otros detrás. Una pareja se detiene a tu lado. El chico te señala hacia dos sillas. “¿Están ocupadas?”, te pregunta. Le dices que no, y te mueves a un lado para que puedan pasar.
De repente, comienzan los tráilers de las mega-producciones de Hollywood, y por un momento te imaginas lo que pudieras hacer con los $300 millones que gastaron en esas películas. Luego de 15 minutos de estar a la expectativa, finalmente sucede. Las luces se apagan lentamente, y poco a poco la sala se oscurece hasta que solo se ve la imagen proyectada en la pantalla.
En ese momento, llega el momento que esperabas. La película comienza.
Durante hora y media, tú y un centenar de personas, se envuelven en una de las experiencias únicas de la vida. Un viaje emocional compartido. Ríen juntos, lloran, se asustan, y de vez en cuando alguien no logra contener las palabras que expresan lo que siente por alguno de los personajes, y se las lanza a la pantalla en señal de desahogo.
Al final, los créditos comienzan a subir ante los aplausos del público. Sin embargo, por alguna razón, tú no aplaudes. No puedes. La cosquilla en tu estómago no te lo permite. La gente comienza a levantarse mientras los créditos continúan subiendo, hasta que tu corazón se detiene al verlo. Es tu nombre en la pantalla grande. Lo que hace que te detengas no es un viaje de ego, sino el inmenso sentimiento de gratitud que sientes por haber sido parte de un proyecto tan hermoso.
Se te hace un “taco” en la garganta y una lágrima se detiene en la orilla de tu ojo. La gente comienza a salir; algunos hablando de la película, otros secándose las lágrimas. Te levantas y te unes al grupo que sale, mientras recuerdas todos los retos y barreras que tuviste que vencer para ver esa película en la pantalla grande, para colocarla en esa sala.
A tu alrededor, nadie tiene la más mínima idea de que hace tres años atrás, esa historia que acaban de ver existía solo en tu mente. Nadie se imagina las noches que te amaneciste escogiendo ese ángulo de cámara que los hizo brincar del susto, o el movimiento hacia el rostro de la protagonista que hizo que se les saliera las lágrimas.
Sobre todo, ninguno tiene idea de que, a pesar de todo eso, lo que están sintiendo en ese momento es consecuencia de la presencia de Dios. La misma presencia que efectuó que la historia naciera. La misma presencia que te mantuvo de pie cuando no tenías fuerzas para seguir. La que efectuó que un montón de personas se unieran a ti, para ayudarte a hacer la película, y que hizo que se manifestara el favor de Dios sobre el proyecto. La misma presencia que invocabas todas las noches antes de escribir, y todas las mañanas antes de filmar. La misma presencia que te mantuvo firme ante las críticas, y que te hace volver a sentarte frente a la computadora a escribir una nueva historia.
Así que, lo que la gente no sabe cuando va al cine, es que sin la Presencia de Dios una película es solo una película, pero con Su presencia se convierte en un milagro.
Al finalizar la noche, llegas a tu casa y lo único que puedes hacer es susurrar: “Señor, para ti es la gloria. Solo para ti. Gracias por darme el mejor trabajo del mundo.” Y así te acuestas a dormir… con una sonrisa en tus labios.
Hasta la próxima semana.
///Julito
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