@EliezerRonda
Se dice que la vida está llena de muchos momentos que nos remontan a reir, gozar y celebrar. Sin embargo, en ocasiones el sufrimiento, la tristeza y el llanto toman un lugar significativo en el corazón de todos. El dolor es el resultado del vacío que estuvo lleno o que no ha podido ser cubierto. Todos en algún momento lo hemos experimentado y otros también lo han negado. Lo que no podemos hacer, es evitarlo.
El desafío es mayor cuando el malestar confronta la idealización de una vida que no contenga tales momentos. Es decir, la negación de esto se torna en escapatoria que paulatinamente se torna en crisis aguda que no vislumbra esperanza para volverse en tormento. Con esto, nos acercamos también a visualizar dónde está Dios en todo esto.
¿Por qué si Dios nos ama tanto, permite tanto sufrimiento en el mundo?
¿Por qué nosotros experimentamos el dolor cuando buscamos su rostro? ¿Cómo podemos manejar el dolor intenso que nos producen los eventos no planificados de la vida? Todas estas preguntas y otras más, se elaboran en nuestra mente y nos sumergen en mar profundo de interrogantes en cual necesitamos un buen tanque de oxígeno para movilizarnos entre las intensidades de las situaciones que nos afectan cuando experimentamos el sufrimiento.
Digo esto para no ser ajeno a la realidad que vivimos. Las pasadas semanas han sido llena de desafíos personales y colectivos para los jóvenes de nuestra iglesia en Borinquen. El sentimiento de impotencia y dolor por ver partir a una adolescente hermosa, talentosa y maravillosa en nuestra gran familia dejó un gran vacío. Nicole Fontánez Orlando, una chica especial llena de alegría y prometedora partió con Dios luego de un accidente automovilístico. La noticia nos impactó mucho por que la amamos con toda la fuerza del corazón. Con ella reímos y hoy todavía lloramos su partida. Con ese llanto, sollozamos por la dificultad de no tener más entre nosotros sus abrazos cálidos. Nos ha visitado la penumbra. Esa que hace que lo claro se torne oscuro y que lo resistente muestre la realidad de la fragilidad.
Muchos de nuestros jóvenes se han preguntado: ¿Dónde está Dios en medio de todo este proceso? ¿Por qué lo permitió? ¿Por qué si hay tantas personas que han hecho cosas negativas, la muerte visita la inocencia de un adolescente? Yo quisiera pensar que esto es un asunto de unos instantes, pero la realidad es que muchos de nuestros jóvenes experimentan la pérdida de seres queridos.
Por eso, no pretendemos ignorar el dolor como entes insensibles de la dignidad humana. Más bien, comprendemos que el evangelio en su fibra principal es empático con el dolor humano. Más bien, el evangelio es significativo por que camina entre nuestra realidad para transformarla en oportunidades de crecimiento y madurez espiritual.
Hace unas semanas hablamos de la pasión de Cristo en la celebración de la Semana Santa. Con ella recordamos las expresiones que hizo Cristo desde la cruz. Todas ellas estuvieron enmarcadas desde el estado más intenso del sufrimiento. Tal congoja tenía como evidencia categórica el amor de Dios por la humanidad. En otras palabras, el sufrimiento es la derivación del amor que sentimos por los demás. Por eso Jesús dijo: “Dios mío, Dios mío…¿por que me has abandonado?” (Marcos 15:34). Los momentos duros que pasamos nos presenta episodios que nos sentimos solos, sin acompañamiento y necesitados de respuestas ante el resultado que aquello que no hubiéramos querido, se asome a nuestra vida. El mismo Cristo afirmó desde la cruz que la soledad se había apoderado de él. Sin embargo desde ese mismo escenario pronuncia que era el momento para que ese acontecimiento se convirtiera en el mejor lugar para hacer un nuevo porvenir. La expresión de afirmar: “Mujer, aquí tienes a tu hijo. Hijo, aquí tienes a tu madre” (Juan 19:26-27) , destaca que desde el escenario del dolor surge la oportunidad para hacernos comunidad y sobretodo una gran familia. La iglesia tiene el llamado contundente de ser familia. Somos el cuerpo de Cristo y como su cuerpo, estamos llamados a dolernos cuando alguna parte de nuestra cuerpo está herida. Nos corresponde a colaborar para que entonces pueda ocurrir el acto de sanidad y recuperación de todos. Ese es el evento más consolador de todo. El sufrimiento presenta oportunidad de sanidad.
Philip Yancey destaca que el dolor es el mejor indicador de la esperanza. Solamente se duele el que ama y padece por que algo no ha resultado como desea. Cuando presentamos un cuadro clínico complejo, luego de lograr la estabilización del cuerpo, el médico procede a verificar los reflejos. Para ello nos puya y nos pregunta si podemos sentir el dolor. En ese caso, el dolor es buena noticia. Es el anticipo de la recuperación. En otras palabras, el dolor nos presenta el trayecto hacia la esperanza sin ignorar los retos que podemos encontrar.
Como país nos encontramos en la travesía de ayudar a los jóvenes a interpretar los eventos duros. Muchos jóvenes necesitan personas que les acompañen y sean sensibles ante su dolor. En ocasiones, tiene que ver con pérdida de seres queridos y en otras lidiar con la ruptura de relaciones que nos hubieran querido que terminaran destruidas. Cuando miramos alrededor nos percatamos que muchos viven en la angustia y el alivio parece ser una historia de ficción.
Después de todo, la pregunta no debe ser donde está Dios cuando hay dolor, sino más bien donde se encuentra la iglesia. Nos toca ser iglesia. Ser el cuerpo de Cristo. Ser siervos que aman para bendecir. El dolor, nos convoca a ser el cuerpo de Cristo y nos toca a nosotros responder. Los jóvenes están pendientes. Nos corresponde tener hombros donde puedan llorar y oídos que los puedan escuchar.
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